Monday, January 16, 2006

HENDER UN TRONCO


En los vergeles de plantas balsámicas que abundaban en Judea, los cultivadores abrían finas rajas en los retorcidos troncos, pero no con cuchillas de acero, que los dañarían, sino con hojas de hueso, con piedras afiladas o con pedazos de vidrio; y hacían estas rajas muy a pulso y delicadamente para no ahondar demasiado, procurando llegar sólo a la capa de debajo de la corteza. De allí manaba, gotita a gotita, un espléndido jugo blanco, viscoso como el aceite de oliva, que difundía por el aire un aroma celestial. Así, tratada con igual dulzura y delicadeza, mana del alma su jugo.

¿Sería esto Dios? ¿Y por qué no? Sólo los hombres y los dioses lloraban, y a esas blancas gotas, ¿no se las llamaba también lágrimas? ¡Lágrimas tan preciosas como las perlas!

¿Así que a Dios le podrías captar como los que recogían el bálsamo, en las hendiduras de la madera, y le podrías encerrar en una concha marina? ¿Podrías entremezclarle con la goma, el aceite de almendras, la esencia de rosas, la resina, la cera, la trementina y la miel que atraían a una nube de mariposas? Y cuando, endurecido, era ya una rosácea masa opaca, ¿podrías, inclusive, hacerlo trizas y tirarlo por tierra? O, ¿podrías venderle, ponerle un precio exagerado?

El alma puede ser como un tronco hendido, de la que recoger el bálsamo precioso. Puede llorar lágrimas preciosas como perlas, y también puedes venderla a precio exagerado. Pero el interrogante permanece... ¿puedes encontrar a Dios en ella?

No lo sé. A veces siento el alma como una piedra. ¡Sólo con un grandísimo esfuerzo de imaginación puede el hombre poner a Dios en una piedra! Pero también se da el caso que golpeando el pedernal con otra piedra o con una punta metálica, saltan de la piedra chispas. De noche las chispas refulgen como el oro, de día son azulencas como el hielo; podría creerse que en esos minúsculos estallidos de energía se ocultara algún dios. ¿Será esto la divinidad?

Epicuro decía que el mundo entero y los dioses mismos estaban hechos de átomos como esos, entre los cuales fluía de algún modo la vida. No podía saberse con certeza si vivían o morían o cuando sucedía así, pero los miles y millones de átomos, agitándose sin cesar, subiendo y bajando, formaban las figuras de todos los seres. ¿Era eso Dios? ¿Y por qué no?


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