SALINGER CUMPLE 90 AÑOS
El genial autor estadounidense vive recluido en su casa de New Hampshire, junto y al oeste de Nueva York.
Escribe para sí mismo. No publica desde hace cuatro décadas.
Y se ha convirtido en un mito literario vivo.
Le bastaron cuatro libros breves y una desaparición extensa para fabricar su propia leyenda.
Jerome David Salinger cumplió este pasado 1 de enero 90 años de mitología y son muy pocos los que pueden determinar si ha encanecido.
Salinger, como tantas veces se ha dicho, dejó de tener un rostro para los lectores en 1980, cuando concedió su última entrevista.
Hubo un tiempo en que este autor, nacido el 1º de enero de 1909 en Manhattan, en pleno Nueva York, hijo de un judío importador de quesos kosher y una judía conversa, tuvo un rostro enmarcado en contadas fotografías que avalaron su fama.
En 1951, tras publicaciones auspiciosas en las revistas del momento, dio un salto a la fama que tanto lo amargaría.
Publicó El cazador oculto, exportó su nombre al mundo entero y entonces su rostro de 32 años, serio y a la gomina, se hizo popular.
Sucede que, para muchos, aquella novela inventó, antes que el rock and roll, la rebeldía del adolescente.
Su protagonista, Holden Caufield, pasó a ser el emblema incorrecto de los lectores quinceañeros de todos los tiempos (hasta hoy se venden cada año 250 mil ejemplares).
Al empezar a sufrir los asedios que recibe todo nuevo ícono, J.D. Salinger se dio cuenta, aterrado, de que había perdido lo que juzgaba ser la propiedad esencial de un escritor: su intimidad.
Casi sin pensarlo se encerró en una mansión amurallada a un costado de Nueva York.
Vinieron, con el tiempo, tres libros que sortearon su encierro y que mantuvieron con dignidad su temple de narrador.
En 1953 publicó su colección de cuentos, Nueve cuentos.
En 1961, Franny y Zooey,
Y en 1963, (como un narrador agónico al borde de una muerte impuesta por sí mismo), Salinger entregó su último suspiro:
"Levantad, carpinteros, La viga del tejado" y "Seymour".
En aquel año se puede constatar con exactitud su fallecimiento como escritor,
aunque posteriormente haya sacado la voz en un puñado de entrevistas y aún cuando esté ahora todavía vivo cumpliendo silencioso, sus solitarios 90 años.
Siempre apuntó a los dramas de la juventud y por eso la crítica lo ha calificado como un escritor adolescente.
Pero, más exactamente, en cuatro obras literarias, Salinger pareció escribir una sola trama: las tragedias de la díscola familia Glass.
En cada libro retrató, con un guiño o de forma directa, los conflictos de los Glass. Una familia que se descomponía en cada texto y que cerró su trayectoria con esas últimas páginas dedicadas al suicidio del hermano mayor Seymour.
Por eso quizá muchos puedan pensar que, con o sin conciencia, Salinger trazó una obra tan perfecta que ya no le cabían nuevos episodios.
El encierro de Salinger, eso sí, tuvo interrupciones en su silencio.
En 1974, por ejemplo, ya a punto de suspender toda intervenciòn pública,
declaró al The New York Times:
“Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo sólo para mí mismo y para mi placer”.
Los rumores desde esos días han supuesto que Salinger, el ermitaño de New Hampshire, ha seguido escribiendo.
Los fans más entusiastas imaginan que prepara obras misteriosas.
Lo cierto es que no hay nada seguro.
Y en verdad las interrupciones más divulgadas que ha tenido su encierro han sido
detalles de su vida privada que han escapado de su mansión.
En la década de los ochenta, Salinger asomó el rostro para batirse legalmente con su biógrafo, Ian Hamilton, quien habría publicado material epistolar privado del escritor.
También se ha visto, desde su reclusión, en medio de polémicas sentimentales.
Una amante despechada, Joyce Maynard, lo desnudó en su libro de memorias.
Y su propia hija, Margaret Salinger, dió a conocer en otro libro detalles muy singulares sobre su intimidad.
Margaret habló de obsesiones exóticas:
Salinger se despierta cada mañana y se bebe su orina.
Salinger casi nunca tenía sexo con la madre de Margaret.
Salinger no dejaba que su mujer viera a sus parientes.
Salinger, en fin, es raro.
Una rareza que nadie puede discutir y que tiene un posible origen hindú.
A partir de los años sesenta se interesó por el budismo zen y no sólo amuralló su casa sino también su mente.
Cada cierto tiempo alguien grita en la prensa que vio a Salinger comprando en el supermercado.
O que lo vieron de la mano de una joven rubia.
Otros dicen que a veces sale a cazar y apunta a los intrusos con un arma.
Las hipótesis seguirán.
Lo único cierto y que está certificado es el dato biográfico:
J.D. Salinger ha cumplido 90 años, este 1º de enero de 2009.
Sólo y en silencio.
Jerome David Salinger es, pues, un autor escondido o que se esconde,
pero que genera una industria popular de fanáticos, críticos y comentadores, "la Industria Salinger", a la que alguna vez se ha referido el gran George Steiner.
Mítico desde la publicación de "The Catcher in the Rye" en 1951 (Título traducido como El guardián entre el Centeno, y/o también como 'El Cazador oculto'), ha demostrado una firme y agresiva voluntad de mantenerse apartado del fervor público, hasta desaparecer de su vista, en defensa de su vida privada.
En tiempos de manía publicitaria y exhibicionista, J. D. Salinger ha eludido combativamente la intromisión espectacular de periódicos y televisiones.
Ha pleiteado contra sus biógrafos.
Ha sufrido las indiscreciones autobiográficas de mujeres que lo tuvieron cerca y han practicado con el escritor el género "Kiss and tell", o "besa al famoso para después contarlo", incluso desde un punto de vista filial.
Su primer éxito fue el cuento "Día perfecto para el pez plátano", publicado el 1948, en su revista de siempre, The New Yorker, y en torno a su gran héroe, Seymour Glass, veterano de guerra y suicida inocente.
Salinger ha escrito sobre la alegría de la victoria y sobre la depresión después de la acción.
Venían tiempos de guerra fría, opresión silenciosa y cacería de izquierdistas sospechosos de no estar contentos con la realidad obligatoriamente feliz.
Renunció desde el principio a la vida pública de escritor.
No quería giras de presentación de libros, ni conferencias, ni congresos universitarios o municipales.
A los 32 años le cayó encima el irritante triunfo de El guardián...
Siguió fabulando sobre la desastrosamente luminosa familia Glass, hasta su último relato conocido, de 1965, "Hapworth".
Empezaron a circular ediciones piratas, perseguidas a instancias de Salinger,
y secuestradas por los jueces.
Su única entrevista fue concedida por teléfono a un periodista del New York Times, en 1974.
Salinger, que había solicitado hablar con el periódico a propósito de su silencio, declaró que editar sus cuentos sin permiso suponía "una terrible invasión de mi vida privada".
Amenazó con acciones legales a las universidades que, al otorgarle un premio, usaban su nombre.
Cuando lo fotografiaron a la salida de un supermercado reaccionó airadamente contra quien se atrevía a molestarlo.
Inventó una generación silenciosa de jóvenes felices, con dinero, los primeros consumidores natos, incómodos en el nuevo bienestar de masas y urbanización de clase media, paraíso de hipermercado, patria, familia, patrimonio y religión.
Escribió alegremente una historia de la intimidad nacional.
Nueva York y Nueva Inglaterra se convirtieron en el sueño universal.
John Updike dijo que Salinger prestaba atención extrema al gesto y al tono.
Lo compararon con Mark Twain y Nathaniel Hawthorne, con Herman Melville y Scott Fitzgerald.
Contaba la tragedia y la comedia de la imparable pérdida de la inocencia, y la imposibilidad de crecer sin dolor, sin romperse.
Madurar era caer en la corrupción insensible de los adultos.
Creó, como todo escritor esencial, un lenguaje nuevo, infantilmente radical, que separaba tajantemente lo bueno y lo malo, según los dictados del joven Holden, héroe y narrador de El guardián...
Todo es "phony" (falso, gastado, hipócrita, insoportable, repugnante) o "nice" (bueno, divertido).
Salinger, escribió la primera crónica de la adolescencia adinerada.
Consumidora de productos industriales y lenguajes que se venden como productos.
El antecedente de la rebelión juvenil y universitaria de los años sesenta y setenta.
Su último relato fue "Seymour Glass" o la Carta que desde Hapworth, campamento de verano, manda Seymour Glass a sus padres.
Le duele a Seymour no estar en su casa, y la obligación de aprender a ser mayor en contacto con seres de su edad.
Porque los niños de J.D. Salinger son :
criaturas prodigio,
escritores y actores precoces,
políglotas con superpoderes,
campeones del baile y el deporte,
desgraciados,
y futuros suicidas.
"Pocos de estos niños magníficos, saludables y a veces muy guapos, madurarán.
La mayoría -doy mi desgarradora opinión- se limitará a envejecer", escribía Seymour, a sus siete años, en la carta a sus padres.
Fuentes: www.elaleph.com, www.cultura.com etc.
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