"CIUDADELA"
"CIUDADELA" o el Humanismo de Saint-Exupéry
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Prof. Salvador Lanas Hidalgo*
Sólo unos pocos hombres, generalmente hombres de pensamiento y de creación nacen dotados de un sentido especial que les permite descifrar los signos de los tiempos. Sentido que no es otra cosa que una sensibilidad profunda del espíritu que los hace aptos para desocultar verdades decisivas de esa realidad misteriosa que es la vida humana.
Ese don que les permite intuir y presentir las claves ocultas que van anudando la historia viva del ser humano.
A esta clase de hombres pertenece el autor de “Ciudadela”. Antoine de Saint-Exupéry, narrador mágico, perspicaz aviador que traspasó fronteras, unió ciudades y pueblos diversos, emprendió un vuelo mayor con destino a lo más profundo del espíritu humano. Lo que allí descubrió el hombre de Lyon se convirtió en el motivo definitivo de su vida y se entregó con fuerza abrasadora a comunicar a los hombres aquel descubrimiento.
Conocer al Saint-Exupéry de “Ciudadela” es un impacto, un trauma, en el sentido primigenio del término, el sentido que le daban los griegos, un thaumazein, un quedarse con la boca abierta, un asombro con sentido admirativo.
Adentrarse en “Ciudadela” es encontrar un mundo que se quiere compartir.
Hay un impulso por comunicar ese evangelium, esa “buena nueva”.
Historia de un texto
El manuscrito de “Ciudadela” fue comenzado en 1936 y acompañó a Saint-Exupéry en su destierro en Estado Unidos.
Allí, en silencio, la obra se apoderó de él hasta integrarse y revelarse.
Porque sólo en el silencio la verdad de cada uno se anuda y echa raíces.
“Ciudadela” no es una obra concluida, fueron reunidos los cuadernillos y publicados en 1948.
Saint-Exupéry volcó en estos manuscritos todas sus ideas, algunas de las cuales expuso en otras obras. Pero no pudo terminarlos, la muerte le impidió hacerlo. Porque cuando un hombre quiere manifestarse plenamente, sólo lo logra con la muerte, pues el hombre que ha dicho una verdad debe morir para que esa verdad suya sea definitiva.
El texto de “Ciudadela” que conocemos no contiene retoques ni correcciones con el propósito manifiesto de dejar intacto el pensamiento de su autor.
Esta obra de sintaxis peculiar, de múltiples formas verbales, de giros hermenéuticos inesperados, de exégesis mística, poblada de imágenes y metáforas, matizada con pasajes anecdóticos y descriptivos, dan cuenta del pensamiento de Saint-Exupéry en una atmósfera común que atraviesa todos los temas, la atmósfera poética.
“Ciudadela”, como obra -en especial por su tono-, semeja un Libro Sagrado.
Expone variadas historias, todas ellas con un sentido claramente autónomo y que denotan un mensaje o una enseñanza.
Cualquiera de estos temas bastaría para justificar por sí solos la existencia de “Ciudadela” como obra.
Así por ejemplo la hermosa “plegaria de la soledad”, (capítulo 124); el dolor humano, (caps.19 y 27); su propuesta estética acerca del espacio, (3); la libertad como ejercicio del alma, (95 y 99); el amor, la mujer y la relación entre ambos, (203); la parábola de los jardineros, que trata del amor por lo que se hace (219); y un motivo recurrente de muchos capítulos y que aborda ese sentimiento que tanto valoró, la amistad, y que inspira muchas de las más bellas páginas de “Ciudadela”.
Ahora bien, un libro sagrado puede tener múltiples temas, pero existe una finalidad que los enlaza y les da sentido y por lo general está referido a una verdad esoteriológica, para aquellos que creen.
¿Cuál es el sustrato que da sentido a los diversos tópicos de “Ciudadela”?,
¿cuál es el hilo conductor que anuda los temas y les da continuidad y dirección?
Todo el pensamiento de Saint-Exupéry está encaminado a reivindicar el respeto entre los hombres y la fuerza interior que lo acucia es la fervorosa esperanza de que es posible construir un destino común para la humanidad.
Nadie concluye su tarea aunque el triunfo o el fracaso le hagan pensar así. Porque realizarse es continuarse en una comunidad en la que cada individuo busca su perfección para perfeccionar el conjunto.
¿Por qué decimos que “Ciudadela” expresa el pensamiento de Saint-Exupéry?
Todo pensar genuino -ya sea filosófico, científico o artístico- se origina en un preguntar genuino, más todo pensar tiene una dimensión primigenia que da origen a su vez a un pensamiento mayor y es esa actitud, esa disposición que nos hace estar abiertos, abiertos a los demás, abiertos a la naturaleza, abiertos al misterio…
Saint-Exupéry, pensador de intuiciones originarias y fundantes, se pregunta: qué puedo, qué debo decir a los hombres.
Acaso lo más prodigioso que pueda acontecer al espíritu humano es dejarse tomar y arrebatarse por su propio objeto y que su destino más grandioso sea ser arrancado de su propio quicio, no por un poder externo que le haga violencia, sino a partir de su misma visión.
Saint-Exupéry, en hondo silencio, experimentó el misterio y descubrió una verdad que anidaba en lo más intimo de su espíritu, verdad que quiso compartir develándola, desocultándola.
El espíritu humano tiene delicadezas, no entrega sus secretos al primero que llega.
UN DESTINO COMÚN
¿De qué manera Saint-Exupéry entrega su verdad, por qué caminos transita su pensamiento?
Saint-Exupéry vivió y conoció la fragilidad, la precariedad e indigencia de la condición humana y asumió esa realidad, pero su mirada apuntó también a aquella otra dimensión del ser humano tan real como la anterior, aquella que habla de su grandeza y que deviene de su propia naturaleza.
Grandeza que ha provocado las páginas más bellas de la historia humana. No debéis buscar al hombre en su superficie, sino en el séptimo piso de su alma, de su corazón y de su espíritu.
La primera afirmación de Saint-Exupéry es que existe en el ser humano, inscrita en su propia naturaleza, la aptitud que lo habilita a conducirse de acuerdo a su propio espíritu, esa disposición, esa actitud que los antiguos griegos llamaban orthos logos y los medievales recta ratio.
Y en esta misma línea, Saint-Exupéry manifiesta su convicción de que el ser humano es capaz de convivir con verdades diferentes.
El hombre inferior inventa el desprecio, porque su verdad excluye a los otros.
Pero nosotros que sabemos que las verdades coexisten, no nos creemos disminuidos reconociendo las del otro aunque ello constituya nuestro error.
Esta visión ya la había proto-anunciado en “Tierra de hombres”: Si tal religión, si tal cultura, si tal escala de valores, si una forma de actividad determinada favorece la plenitud en el hombre y liberan al gran señor que en él yacía ignorado, entonces significa que esa escala de valores, esa forma de actividad, constituye la verdad humana.
Y en el hilo conductor que Saint-Exupéry anuda sus temas resplandece el hallazgo de Dios, Dios que comunica su ser y lo anida en el interior del espíritu humano. Porque te hablaré un día de lo Absoluto, que es nudo divino, que anuda las cosas… Dios te hace nacer, crecer, te llena sucesivamente de deseos, de pesares, de alegrías y sufrimientos, de cóleras y perdones, después te hace entrar en Él…
El hombre es un ser destinado al misterio, podemos decir que es un ser místico.
Esta religación con lo Absoluto es constitutiva de su propio ser.
Es esa luz natural y esencial de que hablaban los medievales.
Es de lo que habla X. Zubiri al afirmar que existe una dimensión teologal del hombre como elemento constitutivo de la realidad humana y que no tiene relación con creer o no creer.
En palabras de Saint-Exupéry, el ser humano experimenta un gusto natural por la eternidad.
Tenemos pues una finalidad común, tema que nos hace entrar de plano en el nervio mismo del pensamiento de Sait-Exupéry expresado en “Ciudadela”: el compromiso con el ser humano, la profunda esperanza que tiene Saint-Exupéry de una ética común, porque el ser humano no se define por sus diferencias. Pues a semejanza del árbol nada sabes del hombre si expresas su duración y lo distribuyes en sus diferencias; el árbol no es semilla, después tallo, después tronco flexible, después madera muerta. El árbol es esa fuerza que lentamente desposa el cielo…
El hombre es lo que es, no lo que se expresa.
Por cierto, el fin de toda conciencia es expresar lo que se es, pero la expresión es obra difícil, lenta y tortuosa y el error consiste en creer que aquello no puede ser enunciado.
La existencia humana tiene un sentido y lo tiene para cada habitante de la tierra, pero también hay un sentido común existente en los hombres, un destino común. El ser humano está hecho para el otro constitutivamente, está por decirlo así, transido del otro y no importa si ese otro sea mi prójimo o ese otro viva en los confines de la tierra.
Saint-Exupéry vivió en lo más íntimo de su ser esa dimensión de “otredad” o alteridad; sintió la necesidad imperiosa del otro.
Compartió con hombres de rostros y pueblos diversos y en cada uno de ellos se vio a sí mismo y lo expresó en las páginas más enternecedoras de “Ciudadela”.
Y si uno solo sufre en mi pueblo, su sufrimiento es grande como el de un pueblo…
El dolor de uno, te lo he dicho, vale el dolor del mundo.
Y el amor de uno solo, por humilde que sea, equivale a la vía láctea y a todas las estrellas…
Ese gran aliento moral, ese humus que subyace en toda la obra y esa atmósfera poética que la atraviesa, constituyen el estilo que muestra en todo su esplendor y esplendidez al autor de “Ciudadela”.
Ciudadela, morada interior de los hombres.
¡Ciudadela! te he, pues construido como un navío, te he clavado, aparejado, después abandonado en el tiempo, que es un viento favorable… bien he comprendido que el espíritu domina la inteligencia, porque la inteligencia examina los materiales, pero solamente el espíritu ve el navío y puede conducirlo.
¡Ciudadela! te construiré en el corazón de los hombres.
Ciudadela, Ciudadela a la que siempre se vuelve y se encuentra algo inesperado, inesperado como la amistad. Ciudadela, morada de los hombres, resuenan sus palabras finales, palabras que anudan el silencio. He terminado mi trabajo, he terminado mi trabajo y he embellecido a mi pueblo.
* Salvador Lanas Hidalgo - Profesor Universitario, Coordinador del Departamento de Artes y Humanidades y Director del Programa de Bachillerato en Humanidades de la Universidad Andrés Bello, Campus Viña del Mar.
Director: Adolfo Vásquez Rocca | Revista Observaciones Filosóficas © 2005 - 2007
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