Wednesday, April 08, 2009

HÖLDERLIN Y KANT






El dramaturgo, novelista y poeta lírico alemán Johann Christian Friedrich Hölderlin nació el 20 de marzo de 1770 en Lauffen-am-Neckar, en el seno de una familia burguesa.

La infancia de este joven que cursó sus estudios primarios en Denkendorf y, a pesar de no seguir la carrera eclesiástica para poder dedicarse a la literatura y filosofía clásica, asistió a la Universidad de Tübingen para aprender teología, no fue fácil: con sólo dos años de edad perdió a su padre, de sus seis hermanos sólo dos lograrían sobrevivir más allá de los primeros años de vida y su padrastro, Johann Christoph Gock, falleció cuando él había cumplido sus primeros nueve años de edad.

A lo largo de su vida, este autor que se alejó de la fe protestante influído por Platón y por la mitología y cultura helénica, trabajó como preceptor, intentó lanzar una revista de perfil intelectural y literario que no tuvo éxito, obtuvo un cargo en la residencia del cónsul de Hamburgo en Burdeos y fue bibliotecario de la corte.

Sin embargo, la verdadera afición de Hölderlin estaba vinculada al mundo de las letras, un ámbito en el que se animó a traducir algunas tragedias griegas al alemán y a crear obras en las cuales predominaba el género poético y que llegaron a ejercer una poderosa influencia en la llamada Generación del ‘27. “Hiperión o el eremita en Grecia”, “La esperanza”, “El aeda ciego” y “La muerte de Empédocles” son algunos de los títulos que forman parte de la obra literaria de este escritor que falleció el 7 de junio de 1843, tras varios años de sufrir las consecuencias de una enfermedad mental que lo llevó a vivir en la casa de Zimmer, un carpintero de la ciudad de Tubinga que no dudó en protegerlo y atenderlo hasta el momento de su muerte.

Este de Verónica Gudiña, es el extracto biográfico de Hölderlin más acertado que he leido últimamente.

Pero querría añadir, o ampliar, algo más sobre Hölderlin y su desgraciada lucha en la vida.

En el Seminario-Universitario de Tübingen aprendió todo lo que tenía que aprender. Al salir domina completamente las lenguas muertas: el latín, el griego y el hebreo; ha estudiado Filosofía, teniendo a Hegel y a Schelling por compañeros de clase; y documentos con sus buenos sellos atestiguan que no ha estado ocioso en el estudio de la Teología. Ya sabe pues hacer un buen sermón protestante y puede dar como seguro un vicariato, con su correspondiente alzacuello y birrete. El deseo de su madre se ha cumplido. Tiene ya el camino abierto para llegar a un buen puesto civil o eclesiástico, para alcanzar el púlpito o la cátedra.

Pero, desde el principio, el corazón de Hölderlin no desea una colocación temporal o eclesiástica, y se niega a la indignidad que significaría construir un puente por estrecho que fuera, que uniera lo prosaico de una ocupacion burguesa con lo sublime de su vocación de literato y poeta, y prefiere girar el timón de su vida hacia lo sublime. Hölderlin no admite compromiso alguno profesional, ni quiere contacto alguno con ninguna actividad práctica.

Lo primero que hace Hölderlin cuando se decide a vivir en libertad es pensar que lo heroico en la vida es el impulso hacia lo grande. Sin embargo, antes de querer descubrir ese pensamiento heroico dentro de su propio pecho quiere ver a los "espíritus grandes" a los poetas; quiere ver las cumbres sagradas.
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Y aquí, creo importante trasladar lo que Stefan Sweig pensaba y escribió al respecto.
Dice Stefan Sweig :

" No es pues la casualidad lo que le lleva a Weimar, no. Allí están Goethe y Schiller, allí está Fichte, y alrededor de esos, como satélites brillantes, están Wieland, Herder, Juan Pablo, los Schlegel, es decir, todo el firmamento espiritual de Alemania. El espíritu poético de Hölderlin que odia lo que no es poesía, anhela vivir en ese círculo elevado y respirar esa atmósfera espiritual, a fin de ensayar sus fuerzas en esa Ágora, en ese coliseo de lucha poética.
Pero antes, el joven poeta Hölderlin quiere prepararse pues no se siente digno, intelectualmente hablando, por su pensamiento y su cultura, de sentarse junto a Goethe, cuyo espíritu abraza el universo, o junto a Schiller, espíritu de coloso que se agita en formidables abstracciones.
Por este motivo, incurre en el eterno error de los alemanes, que es quererse formar de un modo sistemático; quiere cultivarse y emprender estudios filosóficos. Lo mismo que Kleist, fuerza su naturaleza, que es todo espontaneidad trata de hacer la anatomía de ese cielo que le llena de felicidad y quiere someter sus proyectos poéticos a las doctrinas filosóficas.
Nunca, en mi opinión, se ha dicho con toda crudeza cuán perjudicial fue, no ya para Hölderlin, sino para todos los poetas alemanes, el encontrarse con Kant y con su Metafísica.
La historia de la literatura podrá encontrar digno de alabanza que los poetas de entonces llevasen a su círculo poético la ideología de Kant, pero todo espíritu libre debe confesarse los daños incalculables de esa invasión de ideas dogmáticas en el reino de la poesía.
Soy de la firme opinión de que la influencia de Kant limitó en extremo la producción poética de la época clásica, producción que se dejó influir mucho por la maestría constructiva de sus pensamientos.
Kant perjudicó en extremo la expresión sensual, la euforia de la poesía, el libre curso de la imaginación, al quererlas llevar hacia un criticismo estético.
Esterilizó las facultades puramente poéticas de todo aquel que abrazó sus teorías.
¿Y cómo podría ser de otro modo? : un ser todo cerebro, todo fría razón, ¿cómo podría ese hombre que no conoció mujer ni salió de su provincia, ese hombre que era como un delicado mecanismo de relojería inflexible en su regularidad, ese hombre que se atornilló así a su vida cuarenta, cincuenta y hasta sesenta años; ese hombre desprovisto de espontaneïdad, sujeto a un sistema rígido, pues su genio era sólo constructivismo fanático, como podr´ñia ese hombre, repito, ser jamás útil a un poeta, a un poeta que vive solamente por sus sentidos, que se eleva por su inspiración y a quien la pasión arrastra siempre a la inconsciencia?
Ha de pasar bastante tiempo antes que Hölderlin vea el peligro a que se expone en el laberinto de la lógica. Pero una disminución en sus producciones, le advierte un día que él, todo alas, ha caído en una atmósfera que le asfixia. Y entonces, sí. Dándose cuenta de ello, repele de sí toda la filosofía sistemática. Ahora ya ve que se alejaba de sí mismo y de su propia naturaleza.
El entusiasmo, el elemento ardiente que cual salamandra en el fuego vive en el espíritu de Hölderlin, ha podido ser salvado del abrsazo glacial de los clásicos, y, ebro en su propio destino, aquél que no podía vivir más que combatiendo, se arroja de nuevo en medio de la lucha, en medio de la vida y..... lo que pudo romperle sirvió para templar mejor su alma de poeta. "



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