Saturday, August 01, 2009

EL DIA QUE NEIL ARMSTRONG NO PUDO DORMIR










HISTORIA DEL DIA EN QUE NEIL ARMSTRONG
NO PUDO CONCILIAR EL SUEÑO.
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JULIO DE 1969



Se suponía que Neil Armstrong estaría dormido.
Atrás había quedado la caminata espacial.
Ya había guardado las rocas lunares.
Su nave estaba lista para despegar.
Dentro de pocas horas, el módulo de ascenso de Eagle saldría disparado desde la Luna, algo que ninguna otra nave había intentado jamás y Neil necesitaba tener todos sus sentidos alerta.
Se acurrucó sobre la cubierta del motor y cerró los ojos.

Pero no pudo conciliar el sueño.

Buzz Aldrin tampoco pudo hacerlo. En aquel estrecho espacio, Buzz tenía el mejor lugar: el piso.

Se estiró tanto como pudo dentro de su traje espacial y cerró los ojos.
No pasó nada. En un día como este, ¿qué más se podría esperar?



Julio 20, 1969:

El día había comenzado por el lado más lejano de la Luna.
Armstrong, Aldrin y su compañero de tripulación, Mike Collins, dirigieron la nave a lo largo de aproximadamente 97 kilómetros (60 millas) sobre el páramo, repleto de cráteres.

Desde la Tierra, no se puede ver el lado más alejado de la Luna.
Incluso en la actualidad, esa porción del satélite natural de nuestro planeta continúa siendo un sitio de cierto misterio; pero los astronautas no tuvieron tiempo para disfrutar del paisaje.

Collins presionó un botón y activó un conjunto de resortes, y la nave se partió en dos. Sólo la mitad, que había sido bautizada como Columbia, y estaba comandada por Collins, permanecería en órbita.

La otra mitad, llamada Eagle, atravesaría el horizonte de manera espiralada hasta llegar al Mar de la Tranquilidad.


"Tienes luz verde para descender", declaró Houston por medio de la radio, entonces Eagle respondió disparando sus motores con toda su fuerza.
Eagle, la nave con forma de insecto, era tan frágil que hasta un niño podría haberle hecho un orificio en su capa externa de oro.
Y las puntiagudas rocas lunares podrían haber producido algo peor.
De modo que, cuando Armstrong notó que la computadora estaba conduciéndolos hacia un terreno rocoso, rápidamente tomó el control.
La nave Eagle se inclinó hacia el frente y navegó sobre las rocas.

Mientras tanto, sonaban las alarmas en el fondo.

"Es la alarma del programa", anunció Armstrong.
"Es un 1202". El código no era muy claro, así que casi nadie supo lo que significaba.
¿Acaso debían abortar la misión? ¿O es que debían aterrizar?
"¿Qué es?", insistió él.

Rompiéndose la cabeza, abajo, en Houston, un joven ingeniero llamado Steve Bales les dio finalmente la respuesta: El sistema de vigilancia por radar estaba fastidiando a la computadora, interrumpiéndola repetidamente.
No hay problema. "Estamos contigo...", respondió Houston a través de la radio. "Tenemos luz verde para esa alarma".

Y así continuaron.
Sin embargo, las cosas no estaban marchando tal como habían sido planificadas.
Se suponía que el Mar de la Tranquilidad sería un sitio donde no habría problemas, pero no lucía nada sereno desde la cabina de la nave Eagle.
Armstrong examinó el revuelto mar en busca de un lugar seguro para descender.
"60 segundos", dijo Houston por radio. "30 segundos".
En cuanto comenzó a llegar la información proporcionada por telemetría, el centro de control de la misión quedó en silencio.
Muy pronto, demasiado pronto, en efecto, a la nave se le acabaría el combustible.


"Ya los muchachos del centro de control se estaban poniendo azules", aseguró más tarde el Capcom (comunicador de cápsula), cuando Armstrong anunció:
"Encontré un buen lugar".

De acuerdo con los biosensores, el corazón de Armstrong latía furiosamente a 156 latidos por minuto.
El medidor de combustible marcaba sólo 5,6% cuando la nave Eagle se asentó finalmente sobre la superficie del Mar de la Tranquilidad.

Houston (ya tranquilo): "Te copiamos, Eagle".

Armstrong (sin mucha emoción en la voz): "Houston, aquí Base Tranquilidad. Eagle acaba de aterrizar".

Inmediatamente comenzaron los preparativos para despegar de nuevo. La NASA estaba siendo precavida.
Nadie había descendido en la Luna anteriormente.
¿Qué sucedería si una de las plataformas de las patas de la nave comenzaba a hundirse en el polvo lunar, o si Eagle empezaba a gotear?
Mientras Neil y Buzz se preparaban para despegar, Houston realizó una lectura de telemetría en busca de señales que indicaran algún problema.
No había ninguno y tres horas después del descenso, finalmente, Houston dio su "okay".
Había llegado el momento de realizar la caminata espacial.

A las 9:56 p.m., EDT (hora diurna del Este), Neil descendió por la escalera de la nave y dio "un pequeño paso" (el pie izquierdo primero) en la historia.

Desde la sombra de Eagle, miró a su alrededor:
"Este lugar tiene una belleza extrema muy particular, como el desierto alto de Estados Unidos".

Houston le recordó que debía recoger "la muestra de contingencia", y Neil colocó algunas piedras y muestras de suelo en su bolsillo.
Si por alguna razón los astronautas se vieran obligados a despegar de prisa, los científicos en la Tierra tendrían al menos un bolsillo lleno de Luna para hacer sus experimentos.

Poco después, Buzz acompañó a Neil.
"¡Un paisaje hermoso!", exclamó al llegar hasta la plataforma más ancha de las patas de la nave.
"¡Esto es algo grande!", asintió Armstrong. "Una vista majestuosa aquí".

"Majestuosa desolación", dijo Aldrin.

Las dos palabras resumieron bien el yin-yang de la Luna.

Los cráteres de impacto, los peñones derribados, las capas de polvo lunar; todo era tan extraño.
Sin embargo, la Base Tranquilidad se sentía particularmente familiar, era casi como estar en casa.
Los astronautas de las misiones Apollo que le siguieron sintieron algo parecido.
Tal vez sea por haber observado la Luna desde la Tierra tantas veces.
O quizás sea porque la Luna es un pedazo de la Tierra que nuestro joven planeta despidió hace miles de millones de años.
Nadie lo sabe; simplemente existe.


Foto: Buzz Aldrin y la nave Eagle.

En verdad, gran parte de la escena era extraña. El paisaje sin aire saltaba hacia los astronautas con desconcertante claridad y, como resultado, el horizonte se sentía artificialmente cercano.
El mundo entero parecía torcerse, un efecto secundario del pequeño diámetro (de apenas algunos miles de millas) de la Luna.
"Aquí las distancias engañan", señaló Aldrin.

El cielo lucía igualmente desconcertante.
A pesar de que Eagle había descendido durante una brillante mañana lunar, el cielo se veía tan negro como la media noche.
¿El paraíso de un astrónomo? No. No podía avistarse una sola estrella.
El suelo cegador, alumbrado por la luz solar, arruinaba la visión nocturna del astronauta.
Sólo la Tierra era lo suficientemente brillante como para poder ser vista, luminosa, azul y blanca, colgando desde lo alto.

A Armstrong le resultaba especialmente fascinante el polvo lunar, el cual pateaba con sus botas, dejando marcas.
Patear polvo en la Tierra produce apenas una pequeña nube en el aire; pero en la Luna no hay aire.
"Cuando pateas la superficie lunar, el polvo sale en forma de abanico pequeño, lo cual, en mi opinión, se ve como si fuera un pétalo de rosa", recuerda Armstrong. Solamente se forma un pequeño anillo de partículas; nada detrás de ellas, ni polvo, ni remolino, ni nada.
Es verdaderamente único".

Eso fue suficiente. Era hora de trabajar.

Casi olvidadas entre las tradiciones de la nave Apollo, cosidas al antebrazo del traje espacial, están las listas de control. Ver foto.

Estos "recordatorios" de la NASA estaban repletos de tareas (desde inspeccionar la nave de descenso y desplegar la TV, hasta recolectar muestras).
Algunas de las tareas incluidas aparecían explicadas en forma muy detallada, como por ejemplo: inclinarse e inmediatamente informar el resultado al control de la misión. Tenían mucho para hacer.

Neil y Buzz desplegaron un recogedor de viento solar, un sismómetro y un retroreflector de láser. Plantaron una bandera y dejaron al descubierto una placa que proclamaba:
"Vinimos al espacio en son de paz, en nombre de la humanidad".

Luego, respondieron su primera llamada interplanetaria: "No sé cómo expresar lo orgullosos que estamos todos", dijo el Presidente Nixon, desde su despacho presidencial.

Los astronautas recogieron alrededor de 21 kilogramos (47 libras) de roca lunar y tomaron 166 fotografías. Listo. Listo. Listo.

Foto: Buzz Aldrin carga los experimentos desde la nave Eagle hasta la superficie lunar.

Finalmente, luego de unas atareadas y emocionantes dos horas y media, había llegado la hora de partir.

La lista de control continuó: Subir de nuevo a la nave Eagle. Guardar las rocas. Cenar: estofado de carne o sopa crema de pollo. Y, finalmente, dormir.

Ese era el límite. "Es que uno no puede quedarse dormido mientras espera [el despegue]", dijo Aldrin luego de concluida la misión.

La nave Eagle no era un lugar muy apropiado para dormir.
La pequeña cabina era ruidosa, con bombas y brillantes luces de advertencia que no podían ser atenuadas.
Hasta las cortinas de las ventanas brillaban iluminadas por el intenso Sol.

"Luego de haber entrado a mi etapa de sueño, cuando ya todo se había aquietado, me di cuenta de que había algo más [que me estaba molestando]", dijo Armstrong.
La nave Eagle tenía un telescopio óptico que sobresalía al estilo de un periscopio.
"El brillo de la Tierra en cuarto creciente estaba ingresando a través del telescopio hasta mi ojo. Era como si estuviera mirando una lámpara de luz".

Para aliviar la situación, cerraron el casco de sus trajes espaciales.
Allí adentro había silencio y "no tendrían que respirar todo ese polvo" que habían arrastrado de la caminata espacial, dijo Aldrin.

Lamentablemente, no funcionó.
Los sistemas de refrigeración del traje, tan necesarios sobre la abrasadora superficie lunar, resultaban demasiado fríos como para permitir el sueño dentro de la nave Eagle.
Lo máximo que pudo conseguir Aldrin fue un "par de horas de una intermitente somnolencia".
Armstrong, simplemente, se mantuvo despierto.

Cuando finalmente llegó la llamada de aviso para despertarse,

"Base Tranquilidad. Base Tranquilidad, Houston. Cambio".

Armstrong contestó con presteza,

"Buenos días, Houston. Esta es la Base Tranquilidad. Cambio".

Había llegado el momento de regresar a casa, al planeta Tierra, para al fin acostarse a dormir.

















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