Saturday, June 28, 2008

¿QUÉ QUEDA DE ROLAND BARTHES?





Foto: Roland Barthes, 1915-1980



Martes, 25 de Marzo de 2008

A 28 AÑOS DE LA MUERTE DE ROLAND BARTHES
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El hombre que hacía música con las ideas


La semiología, la lingüística, la sociología, el análisis de textos y la
crítica literaria son apenas algunas de las disciplinas que le deben mucho a
Roland Barthes.
Fue uno de los pensadores más agudos del siglo XX, que desentrañó mensajes y signos escondidos en productos culturales.



Barthes, en su última época, pensaba de sí mismo que era un impostor.
Su estilo, sus enfoques e intuiciones transformaron radicalmente la mirada
de sus lectores. Sus textos –de gestación y digestión lenta– descifraron la
complejidad de vivir en sociedades que dicen mucho de sí mismas a través de
la multiplicidad de signos que emiten. Su pensamiento nunca dejó de ser
luminoso, aun cuando su trabajo lingüístico y el vocabulario al que apelaba
–un pastiche de latinismos y neologismos– contribuyeron a veces a ocultarlo
un poco.

Pero más allá de lo críptico que por momentos pudiera resultar, la
originalidad de Roland Barthes residía en su capacidad de incorporar, con
absoluta libertad y avidez, los soportes teóricos que frecuentaba –desde
Brecht a Sartre; de Saussure, pasando por Bajtín, a Jakobson– sometiéndolos
a su propio procedimiento, a su sistema crítico.

¿Cuál es el rastro dejado por Barthes a los 28 años de su muerte?

A la hora de hacer balance, se podría pensar su obra como la travesía de una escritura.

Barthes fue ante todo un escritor que introdujo la literatura en las ciencias humanas, que aportó mucho a la semiología, al análisis de los textos, a la lingüística y a la sociología.

Nació el 12 de noviembre de 1915 en Cherbourgh (Normandía, Francia).

No conoció a su padre, un marino caído en combate durante la Primera Guerra Mundial. La angustia de la madre –que trabajaba haciendo encuadernaciones– para pagar el alquiler era el primer acto de un drama que se abatía sobre esa familia burguesa empobrecida.
Más allá de las privaciones, Barthes era un alumno ejemplar, pero la
tuberculosis interrumpió sus estudios en el liceo Louis-le Grand.
Se refugió en la música (el piano), en la escritura y en la lectura de Michelet, el
único autor que leyó íntegramente, cuando él se complacía en saltear los
textos, en recoger algunas ideas o fragmentos.

A partir de esta metodología nació el sistema barthesiano del fichaje, su pasión por la clasificación.
Escribía fichas sobre temas posibles y las combinaba de diferentes maneras, hasta que apareciera una estructura, una temática.

A fines de la década del 40, cuando Barthes comenzaba a introducirse en la
vida intelectual parisiense, las nuevas publicaciones se multiplicaban:
Combat, L’Arche, Les Temps Modernes, Les Lettres françaises, y el debate
político y filosófico pivoteaba en torno del existencialismo y las tesis de
Sartre referentes al compromiso del escritor.

Apasionado por esa atmósfera efervescente, Barthes se propuso combinar estos dos enfoques desde la literatura:
“comprometer” la escritura y justificar a Sartre desde un punto de vista marxista.

“Después de la guerra, la vanguardia era Sartre.
El encuentro con Sartre fue muy importante para mí –confesó–.
Siempre me sentí, no fascinado, la palabra es absurda, sino modificado, entusiasmado, casi incendiado por su escritura de ensayista.”

Mezclando un registro erudito y vulgar, hablando de manera científica sin
dejar de ser accesible al gran público, ponía a prueba el experimento de un
estilo, el estilo que posteriormente utilizó en las Mitologías.

En 1954 asistió a la representación de Madre Coraje, que ofreció el Berliner
Ensemble en el Festival Internacional de París.
Y la afinidad con el teatro de Brecht fue una revelación.
Encontró en el dramaturgo alemán a un marxista “que ha reflexionado sobre los efectos del signo”.

Pero pronto empezó a vislumbrar otras cuestiones desde la lectura de Saussure.
Gestó la célebre fórmula barthesiana según la cual, contrariamente a lo que sostenía Saussure –para quien la lingüística era subsidiaria de la semiología–, la semiología
es una parte de la lingüística.

En 1960 Barthes fue nombrado jefe de trabajos de la VI sección de la Escuela
Práctica de Altos Estudios, en ciencias económicas y sociales, y dos años
después asumió como director, los estudios de Sociología de los signos, de los
símbolos y las representaciones.

Permaneció dieciocho años desempeñando esas funciones hasta su elección en 1977, en el Colegio de Francia.

La aparición de 'Sobre Racine' (1963), libro que escribió por encargo sobre un autor que no le gustaba en absoluto, agitó el ambiente académico.
Eligió como objeto crítico a un escritor canonizado por la literatura francesa, pero además denunció el tono neutro y a-personal con el que la crítica académica revestía sus juicios disciplinados.

Raymond Picard, profesor de la Sorbona, frente a este ataque que propiciaba el desmantelamiento del aparato de transmisión y legitimación de la cultura francesa, lo acusó de impostor.

El Mayo Francés de 1968, instaló nuevamente en la vida de Barthes la incomodidad de
la diferencia.
En ese escenario de barricadas en el barrio Latino, él era sapo de otro pozo.
En ese enfrentamiento simbólico entre el orden burgués y los estudiantes, el profesor se sintió rechazado por los estudiantes, a quienes él había sostenido casi instintivamente.
No participó de ninguna manifestación pública de apoyo.
En ese clima de ebullición, el estructuralismo estaba en el banquillo de los acusados.

Una anécdota ilustra el clima de época.
En la asamblea general del departamento de filosofía de la Sorbona se había votado una moción: “Es evidente que las estructuras no salen a las calles”.
Maliciosamente esta fórmula fue atribuida a Barthes, que ese día estaba ausente.
Al día siguiente, en el primer piso de la universidad se había colocado un letrero con esta frase: “Barthes dice: Las estructuras no salen a la calle.
Nosotros decimos: Barthes tampoco”.

1970 fue un año clave por la publicación de 'El imperio de los signos' y 'S/Z'.
En el primero, escrito por el impacto que le generó un viaje a Japón, incorporó el deseo como dimensión esencial de la escritura; en el segundo, influido por Julia Kristeva, tomó el concepto de intertexualidad.

Las críticas hasta entonces procedían de la crítica literaria tradicional.
En cambio, en la década de los 70, las impugnaciones a Barthes surgieron de su
propia familia, de la lingüística estructural –especialmente de los
funcionalistas– , de la que él se consideraba miembro desde hacía diez años.

Barthes era considerado un intruso: demasiado literario para los lingüistas;
demasiado lingüista para los críticos literarios.

Cuando en 1973 publicó 'El placer del texto' (“el pequeño Kamasutra de Roland
Barthes”, según el diario Le Monde), el escritor completó su “manifiesto”
del deseo, aceptando abiertamente su hedonismo: auscultaba, entonces, los
vínculos entre el placer, el goce y el deseo y la ambigüedad de las
relaciones entre el texto y el cuerpo.
“El acto de escribir puede asumir diferentes máscaras, diferentes valores.
Hay momentos en que uno escribe porque piensa participar en un combate; así ocurrió en los comienzos de mi carrera...
Y luego poco a poco se discierne la verdad, una verdad más desnuda, si puedo decirlo así, es decir, uno escribe en el fondo porque le gusta hacerlo, porque escribir da placer.”

El ingreso al Colegio de Francia en 1977 representó para Barthes un desquite.

Ese mismo año, con la publicación de 'Fragmentos de un discurso amoroso',
suerte de retrato estructural del enamorado que pronto se convirtió en un
best seller, Barthes obtuvo una notoriedad inesperada.

El “último” Barthes, según Alain Robbe-Grillet, estaba “obsesionado con la idea de que no era más que un impostor, que había hablado de todo, tanto de marxismo como de lingüística, sin haber sabido nada realmente”.

El 25 de febrero de 1980 en Paris, después de un almuerzo con François Mitterrand (quien sería presidente al año siguiente) fue atropellado por una camioneta.

Tenía 64 años y murió un mes después, el 26 de marzo.

Si Barthes fue un impostor es porque detrás de las máscaras que fue adoptando, él era
un auténtico escritor, una anguila que se deslizaba, se bifurcaba y retorcía
en las aguas de la literatura.





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